sábado, 21 de diciembre de 2013

Cinco: Frutos del bosque

Salí de aquella clínica de mala muerte, sudando, nervioso. Inspiré con fuerza el dulce aire impregnado de aroma a raspa de pescado y caminé hasta la avenida más cercana.

“Café Lourds. Zona habilitada para fumadores” –rezaba el cartel del local más cercano, con hermosas luces de neón exceptuando la e, que pendía de un cable pelado, al borde del precipicio.

Fui hasta allí, y me asomé al interior. Balbuceé alguna queja aleatoria sobre Sanidad. Entré. Una barra con todo el fondo marino a sus pies, un camarero con eje gravitacional propio y un trapo mohoso en las manos, y, un hombre abocado a su coñac, doble, con la mirada perdida en el fondo del vaso y los ojos encarnados y vidriosos.

Bufé; y sonreí. Nunca está de más. Aunque solo sea para aliviar lo malo por venir.

Una muchacha con mirada de pocos amigos y una estúpida sonrisa acartonada, de las de fórceps, me preguntó dónde quería sentarme.

- ¿Fumadores o no fumadores?

- Fumadores. Por favor.

Tomé asiento en una mesita con mantel de los de usar y tirar, en la esquina más interna del local, y pedí un zumo de arándanos. Me desanudé la corbata, parecía estúpido.

La chica volvió con mi bebida al tiempo zarandeaba de lado a lado su descomunal trasero, embutido en unas horribles mayas de leopardo dos tallas más pequeñas de lo que sería considerado medio aceptable.

- Aquí tienes.

- Gracias –respondí, concentrado en nada.

- Lo siento mucho, ahora mismo te traigo un cenicero. Es que verás, justo esta mañana lo he ‘dejao’ con mi chico y no sé dónde tengo la cabeza. El muy cabrón se estaba tirando a la…

- No hace falta.

- ¿Cómo?

- Soy fumador pasivo –dije, mientras aspiraba con fruición todo aquel humo suspendido en el aire.

- ¿No le traigo cenicero entonces? –repitió, automática.

- No, no lo necesito.

- Pero hombre… Yo te lo traigo, por si acaso, y tú ya decides si…

- ¡Dios mío, ya te he dicho que no! ¿De verdad no te cabe en esa cabeza hueca tuya?

No me gustaba la gente insistente. Los odiaba. Y a aquella inútil. Y a todos los que disfrutaban de un cigarrillo directamente en sus labios en las mesas contiguas. Y me bebí de un trago a la camarera. E insulté con rabia al zumo de arándanos. Y escupí en el suelo, mientras gritaba con los pulmones fuera de mí.

La chica rompió a llorar, asustada. Retrocedió unos metros.

Las dos mujeres que charloteaban en la mesa de al lado callaron, escandalizadas, mirándome con ojos desorbitados.

Volví a la realidad. Y vi el panorama que me envolvía.

Quise correr, pagar –soy honrado, tonto, hasta cuando estoy loco –y salir de allí. Pero no. Lloré.

Y pasé media tarde, y una noche entera, allí, en aquel antro. Las señoras me calmaron y consolaron mientras yo me desfogaba. Dando sorbos a mi coñac y reclamando un vaciado del cenicero.

“Después de todo, el acento argentino no está tan mal.”

3 comentarios:

  1. Pero solo temporales. Luego los voy resolviendo. Tan solo tendrás que seguir leyendo cada semana:)

    ResponderEliminar
  2. Lectura aditiva, como la nicotina... Chico listo, este Ferragud.

    ResponderEliminar