jueves, 29 de octubre de 2015

Puta, más que puta


Caminaba tranquilo entre la multitud. No parecía percibir nada de aquel público. Deteniéndose en mitad de aquella amalgama de palabras cruzadas, de voces ahogadas en tragos de cerveza fría y barata, levantó la vista hacia un punto indefinido perdido en el escenario. No entendía nada de lo que allí ocurría, o eso parecía decir su mirada ceniza y blanquecina. Respiró todo el aire que pudo y se golpeó el pecho con el puño derecho mientras estrujaba fuertemente sus dedos.

Ese blanco turbado que reflejaban sus ojos se incendiaba de color al contacto duro de sus uñas abriéndose paso entre la fina piel. Rojo que manchaba lo inmaculado. Ríos púrpuras que nacían con trazos gruesos junto a la nariz y vertientes que se estrechaban al rozar el iris. Y bajo la piel, sus venas inflamadas, bombeando la sangre que resbalaba por la palma de su mano y se precipitaba contra el suelo todavía impecable. Apenas unas pocas gotas de cerveza derramadas.

Algo sin duda debía haber cambiado en su mente, en lo que le rodeaba; algo que le alteraba profundamente. Ladeó ligeramente la cabeza y entornó los ojos, dejando que sus rendijas viesen lo que salía de la pantalla brillante de su móvil. Dejó que este resbalase de nuevo al interior de su bolsillo.

Se descalzó en este preciso instante; la primera zapatilla se resistió, pero la segunda salió con facilidad, impulsada por su habilidoso juego de pulgar e índice. Sus pies se asentaron en aquel campo de cebada y trigo líquido. Y arrancó enajenado hacia el escenario, empujando todo lo que se le antojaba empujable, derramando todo lo que pareciese derramable. Venas que ya no estaban inflamadas, venas que rasgaban el aire con sus violentos redobles.

Todo a ritmo de poderoso bombo y cínico platillo.

Todo a ritmo de implacable guitarra y desgarrador bajo.

Todo a ritmo de un teclado que retorcía las blancas unas sobre otras, las empujaba con cortas negras y desparramaba con corcheas agitadas, ansiosas por romper la marcha.


Todo bajo la atenta mirada de aquellas zapatillas que descansaban ya en la lejanía, mirando como su dueño cogía el micro y se golpeaba el pecho: “¡Esa puta, esa maldita puta! Era tan dulce y tan zorra… tenía los ojos más bellos y la lengua más larga… ¡Esa puta, esa maldita puta! Gritaba cuando la querías y lloraba cuando la amabas, pero sólo reía cuando no la mirabas ¡Puta… puta! Te quería, puta.”