"Estuve dándole vueltas el otro día a una idea. Siempre he preferido crear historias en las que encajar a mis personajes, es decir, partir de un mundo, unos sucesos, donde los personajes que he creado anteriormente tengan un papel. Nunca he intentado la inversa, presentar primero a un personaje, a su circunstancia, narrar su situación interna, y desde aquí crear una historia. Voy a intentar hacerlo en el Blog, a ver que sale. Seguimos así la vida y los quehaceres de Carlos, un joven con dudas. Espero que no sea demasiado malo."
Caminé con los pies descalzos sobre el suelo frío, palpando
con las manos las paredes. Llegué al baño a tientas y pulsé el interruptor. La
bombilla que colgaba del techo, solitaria, iluminó el cuarto con una pálida luz
blanca, mortecina, más propia de un hospital viejo. Me acerqué al espejo
ovalado, a observar. Nada me rodeaba, nada ocupaba el espacio vacío que había a
mi lado. Allí tan solo estaba yo, en ropa interior, con el pelo revuelto por un
lado y pegado a la cara por el otro lado. Tenía los ojos rojos e hinchados y un
rastro violeta a mi alrededor.
Hacía una semana que venía ocurriendo. Algo retumbaba en mi
cabeza en medio de la noche, despertándome. Yo, cubierto en sudor frío y muy a
mi pesar, me desplazaba hasta el baño.
Levantaba la manecilla del grifo y sumergía mis manos, equivocado como
siempre, en el agua helada. Y esperaba a la caliente. Sentía como me reconfortaba;
esa sensación tan placentera que comienza en la punta de los dedos y viaja
eléctrica por cada uno de los poros de tu cuerpo, provocándote un escalofrío. A continuación, colocaba el tapón en el
desagüe, impidiendo que el agua se escapase. Y esperaba.
Cuando ésta rebasaba el agujero de emergencia, cerraba el
grifo y hundía mi cara hinchada en la pila. Abría los ojos. La
levantaba y me miraba. Que solo.
Las ojeras eran ciertamente poco estéticas, el color de mis
ojos difícilmente envidiable, y el tono pálido de mi piel, blancuzco, como el
de la cera fría, nada aconsejable.
Vaciaba la pila, me
miraba de perfil y daba media vuelta. Apagaba la luz y recorría nuevamente el
pasillo, hasta mi habitación. Me sentaba al borde de la cama, me atusaba el
pelo y suspiraba. "Iré al médico la semana que viene" Luego me tumbaba, me giraba hacia el lado izquierdo, el menos
hundido y cerraba los ojos. Que solo.
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